sábado, 6 de junio de 2009

LOS ALIMENTOS SE ALTERAN GENETICAMENTE DE FORMA HABITUAL


ASEBIO


Que la genética llegue al plato suena a muchos españoles a chino. Más de uno se asombraría si supiera que España es el primer país europeo importador de maíz modificado genéticamente y el segundo de colza, que desarrolla 200 experimentos que no apoyan en ningún otro país europeo, y el gobierno ha autorizado 20.000 hectáreas para cultivar, la mayor extensión en la UE. En nuestra dieta diaria ya podemos comer plantas alteradas con genes vegetales o animales. Mientras medio mundo se levanta en contra de los alimentos transgénicos, España se convierte en el campo europeo de cultivo. El profesor Brian Clark, vicepresidente de la Federación Europea de Biotecnología, defendió ayer tanto la utilización como el desarrollo de estos productos alterados genéticamente, y alertó de que la industria tradicional está causando más daño “de lo que piensan muchos científicos”. Que los organismos se modifiquen genéticamente es algo tan común que la gente debe estar “en el limbo si se piensa que no se utilizan ya de forma generalizada”, dejó sobre la mesa.  

 

Maíz, arroz, trigo, patatas, soja, girasol, colza oleaginosa, tomates y algodón son algunos de los productos que ya se alteran genéticamente. Lo que hacen los científicos es utilizar los últimos avances genéticos para introducir en la planta en cuestión un gen que no tiene nada que ver con él y que le aporta una determinada característica. Entre sus cualidades destaca una mayor resistencia a los herbicidas y a las plagas, incluso generan ciertas toxinas que matan al insecto que coma sus hojas. Los posibles riesgos que pueda afectar al ser humano, parece ser que todavía está por ver. Y se ha convertido en el tema de enfrentamiento entre defensores y defractores.

 

Fuentes de Asebio, plataforma de encuentro del sector biotecnológico, defienden que las plantas transgénicas son algo natural porque han sido conseguidas con el esfuerzo humano, “así que es tan natural una sandía sin pepitas como un maíz protegido contra las plagas” porque, a la hora de obtenerlos, se han empleado recursos naturales armonizados gracias al progreso en los conocimientos”. Dicen que los cultivos transgénicos sólo son autorizados cuando, a juicio de los científicos competentes, se ha demostrado que no hay evidencia de riesgos para los consumidores. Asimismo, defienden que cualquier cultivo se autoriza cuando no hay evidencia de riesgos para el medio ambiente derivados de su cultivo y empleo. De todas formas, es responsabilidad del agricultor sembrar o no una variedad de maíz transgénico, y responsabilidad del consumidor de comprarla.

 

La oposición de Alemania

 

El doctor Clark dijo “no entender” la posición de Alemania, que recientemente ha prohibido el cultivo de transgénicos en el país, y alertó de que “un desastre que exista tanta oposición” a estos productos en la UniónEuropea. Asimismo, alertó de que China investiga mucho en este campo y “no necesitará a Europa para vender sus productos”. Fueron dos informes sobre daños a alguna especie de insectos lo que sirvió de base a Alemania y Luxemburgo para vetar formalmente el cultivo de estos productos en sus países. Un estudio de EEUU alertaba hace un mes del fracaso en las pretensiones sobre el aumento de la productividad, un argumento que echa por tierra a los defensores de los transgénicos como una solución para erradicar el hambre en los países subdesarrollados.

 

Los defensores de los proyectos transgénicos defienden que gracias a la modificación genética se consigue mejorar aspectos como el sabor o las cualidades nutricionales de los alimentos, la producción y la rentabilidad. Los grupos ecologistas creen que los transgénicos pueden provocar un severo daño a la salud, al medio ambiente y modificar las prácticas de cultivo. Los investigadores les responden que no hay evidencias científicas que avalen que consumir productos transgénicos sea peligroso para la salud del ser humano, aunque la duda que despierta el sector científico es suficiente para seguir controlando al milímetro cada uno de estos experimentos.

 

Tom Kucharz, coordinador del área de agroecología de Ecologistas en Acción, asegura que los productos transgénicos no aportan nada bueno. La normativa de la UE obliga a la etiquetación de los productos elaborados con transgénicos como tales, insuficiente para las organizaciones ecologistas, que “pedimos que se controlen los animales alimentados con piensos alterados genéticamente”, solicita Kucharz. 

 

Las mismas fuentes de Asebio cuentan que esta primavera se ha completado la duodécima campaña de siembra en España de variedades de maíz modificadas genéticamente para resistir a las plagas de taladros. El cultivo de estas variedades se ha desarrollado “con creciente aceptación y resultados impecables en las 459.000 hectáreas sembradas en nuestro país desde 1998”, aseguran.

 

Al final, son los consumidores los que, con sus apetencias, dirigen el rumbo del mercado. Lo más lógico sería evaluar los riesgos de impacto ecológico de los alimentos transgénicos comparándolos con los riesgos de los cultivos tradicionales. Si los ecologistas hablan de que una determinada modificación genética “genera una toxina y tiene un efecto insecticida”, como defiende Kucharz, lo más oportuno sería evaluar el riesgo frente al uso de insecticidas tradicionales. El riesgo nunca es cero.

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